A los seis años a una tía mía le dio por decir que yo era una monada y en un descuido de mis padres me llevó a un casting para un anuncio de televisión.
Durante la espera había varios niños llorando, resistiéndose a entrar en el plató, pero yo no solté ni una lágrima; quizá porque vi que no podía competir con ellos (berreaban como profesionales). A uno su madre lo levantó por el brazo mientras le propinaba una azotaina que le hizo dar una vuelta a su alrededor hipando y dando saltitos. El director de casting se acercó y dijo: “ No señora, así no nos vale, con los ojos llorosos y la cara llena de mocos no le hacemos ni la prueba”. La mujer protestó y se puso a restregar la cara de su hijo con toallitas perfumadas que sacó de un bolso como un paracaídas, pero aquello ya no había quien lo arreglase. Así que me hicieron pasar a maquillaje y un chica me dijo que tenía que aprender a decir, muy contento: ¡Ricosi, qué rico para merendar, mamá! Sin problema, me lo hizo repetir un par de veces y me pasaron al plató todavía con el babero de maquillaje puesto. En media cocina, sobre una mesa con mantel a cuadros, había un tarro de la crema para untar de tres colores. Un señor con unos cascos, que tropezó con un cable, me dijo que tenía que coger la primera rebanada y llevármela a la boca, pero sin morderla porque otro señor le había echado un spray para que brillase más. Lo hice y alguien dijo: “ Corten, muy bien, vale. Ahora la dos”. El mismo señor vino, volvió a tropezar con el mismo cable, y me dijo que no me asustase, que ahora la cámara se acercaría hasta mí para que yo dijera lo que me habían enseñado antes, y que luego pegase un buen mordisco poniendo cara de que me gustaba mucho. Me preguntó dos veces que si lo había entendido y yo asentí. Mi tía me saludaba desde una zona con poca luz y levantaba los pulgares como si quisiera que alguien se los cortase de un tajo.
La primera vez, se me olvidó la frase y tuvo que venir la chica de antes y recordármela. La segunda, lo dije bien pero no les gustó cómo mordí la rebanada: “ Con más ganas, piensa que tienes mucha hambre y eres un cocodrilo”. A la tercera lo hice todo bien, pero puse cara de asco porque tenía un sabor raro y un señor salió de la oscuridad gritando que no fuera a ser que alguien le hubiera echado spray a esa también y, tras olerla, hizo venir al “maquillador de alimentos” para que untase una nueva. A la cuarta, lo hice tal y como me dijeron, pero no les gustó que escupiera el trozo al suelo y me metiese los dedos en la boca para sacarme el molde que se me había hecho entre los dientes. “Pero qué pasa, ¿es que no te gusta?”. Asentí con la cabeza notando mucho calor en los mofletes.
Me hicieron hacer como veinte tomas seguidas, hasta que cuando dijeron “una más, ya la última”, no pude evitar que se me escapase una lágrima.
De camino a casa, mi tía me dijo que la próxima vez iríamos al “Parque de atracciones” y me hizo prometer que nunca le contaría nada a mamá, “porque a los chivatos no los quiere nadie”, y, mientras me secaba los ojos con el puño, asentí.
En este contexto no me gusta la historia. Si lo llevase su madre sería distinto, pero esta especie de secuestro por parte de la tía….no.
Supongo que la jugada está ahí. Porque para una madre el suyo es el más guapo y la historia cambiaría por completo.
A mi si me dioeste yo creo que eso que dice Monse sería para otra historia.
Me gustó cuando lo que le dice la tia en el final
Será cuestión de escribir otro relato con la madre y ver las diferencias para ver cuál es que tiene más chicha…
Con la madre el protagonista se siente más amparado y con la tía no, partiendo desde ahí, quizá…
Si lo llevase la madre sería lo de siempre, lo del secuestro de la tía es lo mejor de la historia. Te planteas que haya mal rollo entre ella y su hermano o hermana, en plan querer llevar razón. Por algo se lo lleva a escondidas ¿no?
Me gusta mucho como escribes Charly
Gracias LOla, sí, yo iba más por lo que has entendido tú.