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Archive for marzo 2014

Ayer, sin ir más lejos, leí un artículo en el que Enrique Vila Matas hablaba sobre la crítica literaria –la que te hace otro escritor cuando le confías un manuscrito– y la verdad es que tengo que reconocer que sus conclusiones me parecieron sumamente infantiles, incluso ridículas.

La crítica es, ante todo, una segunda molestia:

La que se toma alguien que antes se ha molestado en leer lo que sea que hayas escrito, y siempre -siempre- es para bien; aun en el caso de que no estemos de acuerdo, o sus conclusiones nos parezcan inútiles. Ya que los me gusta o no me gusta no son críticas y no pueden afectarnos de la misma forma que si lo fueran.

Desde hace tiempo, tengo muy claro –parece que el señor Vila Matas, no– que el hecho de que me guste una canción no la hace buena; del mismo modo que si no me gusta un libro mi disgusto no lo invalida. La crítica, que poco tiene que ver con los gustos, necesita de un argumento y su única finalidad es resolver o mejorar algo que el “siguiente lector” estima una falla –por fisura más que por fallo–, y siquiera tiene que ser un argumento acertado, pero sí implica uno –como todo mecanismo que aspira a integrarse en otro mayor–; ya que, de otra forma –insisto– nunca puede considerarse una crítica.

¿Cuántos relatos habré visto mejorar, por un cambio mínimo, aparentemente ridículo, sugerido por otra persona –escritor o no–? Detalle que el padre de la criatura nunca hubiese visto; precisamente por ejercer esa paternidad que mima y padece los caprichos de su nene.

Si me pongo en el peor de los casos, cuando alguien nos dice: “Esto es una mierda”, sólo es permisible, como crítica, si te explica por qué; y puesto que todos hacemos mierda de vez en cuando –unos más a menudo que otros, esto es así–, por caer en lo: deshonesto, populista, tópico, previsible, mal documentado, cursi, facilón, comercial, arribista, doctrinal, chovinista, sensiblero…, lo único que debe preocuparnos es que el “segundo lector” pueda tener razón. Y todo lo demás, en lo tocante a la envidia y a otras intenciones deshonestas, sólo denota falta de humildad y madurez; síntoma de que escribes desde ese egocentrismo que hace –entre otros efectos perniciosos– que te enamores de lo escrito.

Hace tiempo alguien me dijo: “Jo, es que algunas críticas son con mala leche y envidia… yo sólo se las consiento a los amigos muy amigos”, y todavía estoy sonriendo de todo lo que me reí entonces.

Señalo esto porque he conocido a escritores que, pese a que apuntaban maneras, nunca serán buenos, precisamente por considerar que ya lo son, que ya han recorrido ese camino que les falta y que no necesitan a nadie, y, como no aceptan críticas –siquiera de esas modosas y sutiles– por considerarlas un ataque deshonesto y malintencionado, mantienen siempre los mismos ingredientes; los que dan buen sabor y los que se lo quitan.

Por último, me gustaría irme sin mencionar a toda esa mojigatería que se ha puesto tan de moda con lo del sellito de la crítica constructiva, pero no puedo: La crítica, queridos colegas, tiene que tener una parte destructiva, precisamente para poder ser constructiva, y quien sólo busque halagos –por inseguro y ególatra– que recurra a su abuela, a mamá, o al espejito.

Desde aquí, reivindico la crítica: tajante, mecánica, articulada, dolorosa, si tiene que serlo –si escuece es que está curando–, y valiente… Esa que no admite contracrítica –¿puede haber algo más ruin?–. Porque, que nos digan sólo lo que queremos y nos gusta oír –por mucho que lo «necesitemos»–, crea monstruos…

Ya me vienen unos cuantos a la cabeza.

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Nota: El sexto micro está en la selección del REC de hoy, junto con uno de Ana Sarrias Oteiza y otro de Maricruz Picó Benita. Desde aquí les deseo suerte y aprovecho para admitir que, de los míos, el selccionado es el que menos me gusta.

1/6 Pago en metálico

La vergüenza que nos ganamos aquella noche, en cambio, nos acompañaría para siempre. Digo “en cambio” porque, como todos sospechaban que habíamos hecho trampa pero ninguno pudo demostrarlo, no quisieron pagarnos el premio con un cheque, ni siquiera en billetes. Así que tuvimos que acarrearlo en sacas repletas de céntimos. La broma nos costó, al menos, veinte viajes con todos los coches de la familia cargados hasta la baca. Estuvimos hasta la mañana siguiente para cobrarlo todo. Pero lo peor es que, desde entonces, nadie allí nos acepta billetes, ni grandes ni pequeños. Así que, si alguno de la familia quiere comprar algo, tiene que ir por ahí con un saco de calderilla.

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Finalmente, como muchas de las mujeres de mi época, no me quedó otra que casarme por conveniencia y, como no quería “hacerlo” con Sébastien –pese a todos los apellidos nobles que pudiera tener; con los que saldaría todas las deudas de mi padre–, me casé con Dios; que, contra todo pronóstico, ha resultado ser un marido divino por estar siempre ausente.

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Por pasta

Atención: el texto de abajo está escrito por encargo remunerado (aunque todavía no he visto un leuro). El autor opina justo lo contrario a lo que ha escrito sobre este tipo de juegos.

Superhéroes Marvel contra Maestros de las Artes Marciales

Sí amiguitos, aquellos protagonistas de los arcades clásicos de lucha de las recreativas se enfrentan a los superhéroes de Marvel en: Ultimate Marvel vs Capcom 3. Dos franquicias que colisionan en el genero del mamporro interactivo, como no podría ser de otra manera. Porque, ¿quién no se ha preguntado alguna vez quién ganaría un combate entre Silver Surfer y Ryu de Street Fighter, o entre Haggar de Final Fight (ese padre cabreado experto en Wrestling Street Style) contra el mismísimo Capitán América? –Yo a menudo, por cierto–. Pues ahora podremos salir de dudas a tortazo limpio (y no tan limpio) con este juego de la factoría Capcom.

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Nuestros mismos ojos…

(fuera de concurso)

1/6 Lámpara de…

Nuestros mismos ojos fueron culpables por crédulos: por hacernos ver espejos donde sólo había espejismos y cortinas que no eran sino telarañas.

Eso sí, como no las habíamos visto de mejor calidad, tuve que preguntarle al ama de llaves por la costurera; que, casualmente, estaba allí mismo; sólo que hasta ese momento nos había parecido otra lámpara más.

 

2/6 El más valiente

Nuestros mismos ojos, llagas supurantes de incredulidad, fueron “testigmas” (estigma por testigo) de cómo el nuevo le levantaba la sotana por detrás, para no fallarle un punterazo en lo más profundo de aquella oscuridad, en la que tanto temíamos que nos metiera.

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