Hace una semana, encontré este microcuento de Lídia Castro Navàs y le hice un par de observaciones en la caja de comentarios; que ella, para mi sorpresa y contra todo pronóstico, se tomó bien. Lo cierto que no esperaba ni que me contestase. Y lo digo por mi experiencia nefasta con algunos escritores, sobre todo con microcuentistas y microrrelatistas (no son lo mismo, como ocurre con «relato» y «cuento»). Por eso, normalmente, me abstengo de comentar un texto del que no soy autor.
La verdad, es una pena, y, también, el nutriente de este sindicato endogámico, desde el que se copian unos a otros, mientras colocan en su escaparate eso de: «se ve pero no se toca». Porque si lo haces, es a mala fe, o, incluso, la tentativa de llevarte algo que no es tuyo. Y aclaro esto porque en el pasado hice alguna que otra enemistad. Simplemente por no haber querido entrar en ese juego de sonrisas y lametones, en el que cada uno se rasca su propia sarna.
Por cierto, Lídia es profesora; licenciada en Historia y especialista en mitología. En su blog podréis encontrar justas de microrrelatos y otras cosas; porque ella los relaciona hasta con las piedras; que en mi caso y circunstancia sólo me sirven para darle algún «cantazo» a alguien.
Aquí va este micro tal cual lo encontré en su blog:
—Dicen que todo es precioso alrededor de la iglesia: el cielo, la montaña, la vegetación… que nos rodea un remanso de paz y que los tejados jaspeados y las paredes empedradas nos dan carácter.
—Pues yo no veo nada de eso.
—Por algo nos llaman arcos ciegos*, amigo.*Un arco ciego en arquitectura es un arco sobrepuesto en un muro sin apertura alguna.
Antes de seguir, aclaro que esta entrada no es una corrección del microcuento de otro escritor. Sólo lo estoy estudiando para ver si puedo sacar algo más. Esto lo hago en clase para que mis alumnos aprendan cómo se estudia un microtexto. Seguramente, la autora haya explorado estas posibilidades que voy a dar, llegando a la conclusión de que lo quiere dejar tal y como está; cosa que me parece muy bien (pero, aún así, me tomo la molestia de añadir este párrafo, no sea que acabe sumando otro miembro a mi club de: «Amigos del microtedetesto»).
Bien, en cualquier caso, procedo a estudiar el continente y su contenido para ver qué puedo hacer:
Lo primero que me llamó la atención fueron: «remanso de paz», «tejados jaspeados… empedradas» y «arcos ciegos(*)»; con su correspondiente nota a píe de página. Todo esto, tal y cómo está (en el mismo orden) supone: una frase hecha, una cacofonía a tres (ados, ados, adas), y una explicación que la autora tiene que aportar para asegurarse de que se entiende el microcuento.
Sin embargo, la gracia de este microcuento, resuelto mediante un diálogo, no está (o no debería) en el descubrimiento de que quienes hablan no son personas, sino elementos arquitectónicos. Porque si quien está hablando es un objeto inanimado y no lo das a entender desde el principio, estás ocultándole información al lector, aprovechando que se trata de un texto, para poder resolverlo mediante el maldito efecto chistera; causa de que se malogren muchos micros, al estar basado su mecanismo en este efecto tramposo y poco elegante.
Para evitar esto, podría añadirse, por ejemplo:
—He oído cómo la torre le comentaba al ojo del rosetón que: nos rodea un remanso de paz y que los «tejados jaspeados» y las paredes empedradas nos dan carácter.
Así queda claro que no estás ocultando quién habla, y, de paso, defines el contexto visual de la escena. Lo que nos lleva a la siguiente pregunta (que les hice a los alumnos): ¿Hablarían igual que lo hacemos nosotros dos elementos arquitectónicos que fueron construidos hace siglos? Porque, sí, hay que hacerse ese tipo de preguntas. Sobre todo, cuando estamos estudiando un microcuento. Además, al poner «tejados jaspeados» entre comillas, hacemos que la cacofonía quede consentida; ya que pertenece al parlamento de un personaje, que lo ha expresado según su forma de ser; la de un objeto construido en otra época. Voy a poner un ejemplo, alterando el lenguaje:
No todo es visible
—Sepa vuestra merced que oí a la torre del campanario decirle al ojo, siempre avizor, del rosetón, que nos rodea un remanso de paz y que los «tejados jaspeados», así como las paredes de piedra viva, nos otorgan: sobriedad, temple y donaire.
—Pues sepa su ilustrísima que yo nunca vi nada de esto que tan bien nos luce.
—Por algo nos llaman arcos ciegos, mi viejo amigo.
¿Altisonante? ¿Recargado? Y todo lo que ustedes quieran, pero fiel a los personajes que dialogan: dos elementos arquitectónicos de piedra del siglo X. Porque mis abuelos no hablaban como hablo yo; y un servidor no piensa hablar como la chavalería de ahora; y eso que apenas nos separan unas pocas generaciones. Por tanto, podemos suponer que estos dos elementos no se han contaminado con la verborrea de los turistas; por muchos que hayan visitado esta joya arquitectónica del medievo temprano.
Bueno, quizá esto sea mucho suponer, pero, precisamente, por eso lo llamo juego; siempre que hablo del oficio literario de crear. Porque, si no estás dispuesto a hacerte preguntas y dejas lo primero que se te ocurre, te estarás perdiendo lo mejor de escribir.
Por último, hay que tener en cuenta que, a la hora de añadir las respuestas, a toda pregunta que nos hayamos hecho, lo que debe preocuparnos es que la idea original no pierda su esencia (que tan bien supo reflejar la autora); y que, por tanto, lo que le hemos añadido sume y no lo lastre, ni reste, por ningún sitio.
Para terminar, aprovecho para darle las gracias a Lídia, por su buen talante y espero poder participar en una de sus justas (aunque todavía no he sido capaz de saber cómo).
Ah, por cierto, sé que está mal que sea yo quién lo dice, pero en clase gustó mucho y todos salieron hablando parrafadas con este lenguaje caballeresco. Al que sólo podemos recurrir mediante la literatura o en un grado de embriaguez considerable.
Hola, Carlos:
Debo decir que me encanta que le hayas dado una vuelta al micro, porque realmente lo has enriquecido con ese lenguaje más adecuado al contexto.
Me gustaría aportar, si me lo permites, que eso de no decir quién está hablando y revelarlo justo al final (que en un microrrelato se resuelve en pocas líneas) es porque uso esa técnica llamada giro argumental y es algo que hago expresamente, buscando precisamente que el lector/a se haga una idea equivocada y en un par de líneas se dé cuenta de su propio error. Me gusta mucho hacer eso (jeje risa maliciosa).
Pero como se suele decir «Para gustos, los colores» o «En la variedad está el gusto» (no uso comillas latinas por no buscarlas; las que ofrece el teclado son rápidas de poner, aunque no tan correctas).
Me ha gustado ser una de tus «víctimas» ;) y espero que puedas participar en alguno de mis desafíos (Escribir Jugando). Te dejé un comentario con el enlace de las bases, quizás te entró en SPAM (suele pasar en wordpress); échale un ojo a esa carpeta si puedes.
Te lo volveré a mandar en un siguiente comentario en esta misma entrada por asegurar.
Un saludo y nos vamos leyendo. :)
Muchas gracias, Lídia. Pero para que el giro esté en el argumento tendría que ser que, por ejemplo, te das cuenta de que, finalmente, son un matrimonio, por ser dos arcos que están unidos de por vida (hasta que el derrumbe los separe), y no se pueden «divorciar» aunque quieran. No está en ocultarle información que no tiene que ver con el argumento, o sea con lo que sucede. Y en cuanto a los gustos, no validan nada. A mí me gustan películas y canciones que son muy malas, pero me gustan por otros motivos, que poco tienen que ver con su calidad, y mi gusto no las valida, en ningún caso. A eso me refiero con el «efecto chistera».
Hola de nuevo, Carlos:
Te dejo el enlace a las bases de Escribir Jugando por si te animas algún día. Hace seis años que reto a mi comunidad de wordpress a escribir microrrelatos basándose en cartas y otros enseres que pueden ser procedentes de juegos de mesa, oráculos, dados, minerales… una gran variedad de cosas.
https://lidiacastronavas.com/escribir-jugando/
Cada día 1 saco nuevo desafío mensual. Así que en unos pocos días saldrá el de junio.
Sin más, un saludo. :)
Pues, participaré.
Me gusta, porque le has dado algo más. Y estoy contigo en lo del efecto chistera. Yo caigo 😒 constantemente. Bueno, ya lo sabes… La de cañas que habré pagado por esa manía
Veo que tus alumnos tienen mucha suerte de contar con un profesor muy motivador, que además enseña jugando, o les enseña a poder jugar con las palabras.
¡Muy bien!
Realmente, muy bien, Carlos.
Un abrazo. 🌷
Gracias, pero para ser honesto soy duro. Al menos, sé que eso es lo que les parezco hasta que consigo que se habitúen a la crítica. Si no lo consigo, dejan el curso, pero si aguantan, siempre me lo agradecen.
Por cierto, si te apetece o tienes curiosidad, estás invitada al próximo, sin necesidad de que me pagues.
Jajaja jajaja, creo que saldrías muy caro.
¡Nene tú vales mucho!
No estoy a la altura para nada, Carlos.
Te lo agradezco de corazón, últimamente me cuesta procesar cada frase que leo, casi hasta el reloj del móvil, 🙈 o la aplicación del tiempo.
Sigo pensando que eres muy buen profesor, tienen que estar contentos de contar contigo en el centro donde enseñas.
Un duro… Si te estás refiriendo a lo antiguo del texto, serán cinco pesetas del siglo pasado, que valían mucho también. 😉😁
Bueno, sería después del verano. En septiembre u octubre. Aunque este año no es seguro porque estoy pensando dejar Madrid.
Anda, pero si pensé que no estabas aquí.
Pues Madrid es estupendo.
Mi hija trabaja en un cole también, pero en Boadilla.
[…] Podéis usar mi dirección de correo, o, si a alguno no le importa que se conozca la autoría, la misma caja de comentarios de esta entrada. Si alguien tiene dudas sobre el formato, puede ver algún ejemplo de cómo trabajo lecciones con el texto de otro autor: aquí, o acá. […]