Acabo de cumplir medio siglo mientras pruebo un programa de «inteligencia» artificial. Precisamente, el mismo mes que Boston Dynamics presenta su nuevo modelo de «Atlas; el primer robot humanoide eléctrico y autónomo dotado de IA, con acceso a la mayor parte del conocimiento humano hasta la fecha. Sin duda, esto supone el primer eslabón de una cadena que no imaginé que llegaría a ver.
Me refiero a presenciar los primeros balbuceos de nuestro siguiente peldaño evolutivo. De hecho, por todos estos avances, me vienen a la mente pelis y libros como: «Yo Robot» (de Isaac Asimov), «Odisea Dos Mil Uno» (de Arthur C. Clarke), «Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas» (de Philip k. Dick), «Terminator», «Matrix», «El Hombre Bicentenario», HER…
La lista es interminable, porque la ficción nos sirve para vislumbrar escenarios de un futuro posible; en que, como anda por medio la raza humana, siempre lo acabamos dibujando tenebroso y distópico. Y aunque es cierto que no viviré siquiera el comienzo de su plenitud, me consuela el hecho de que, seguramente, no me gustaría estar allí para verlo.
Mientras tanto, se me ha ocurrido pedirle a una IA que escriba una historia de cien palabras, que empiece con la frase semanal propuesta por el concurso «Relatos en Cadena». La frase es: «Pagaba al asesino por el trabajo realizado» y el primer resultado (instantáneo) ha sido esto:
Pagaba al asesino por el trabajo realizado. El hombre, de mirada fría y manos temblorosas, aceptó el dinero sin decir palabra. Al salir, la lluvia lavaba las calles, como intentando borrar los pecados de la ciudad. Yo cerré la puerta, sintiendo el peso de la culpa. La habitación se llenó de silencio y sombras. En el espejo, un rostro desconocido me devolvía la mirada. ¿Quién era yo ahora? ¿Y qué había hecho? Con cada gota de lluvia, una parte de mi alma se disolvía, desapareciendo en la corriente de agua y remordimiento.
Nada mal, por cierto. Aunque, para empezar, el problema que veo es que el texto no hace historia. Ya que, aunque es verdad que muestra cierto planteamiento, la IA no ha escrito un desenlace que merezca la creación de dicho texto. Al menos, no para poder llamarlo historia. Y tampoco lo deja sugerido ni implícito; argucia a la que recurrimos los escritores (orgánicos) cuando la narración está limitada por cien palabras. Porque le pedí una historia corta, no un párrafo, ni una escena. Sin embargo, no le voy a quitar el hecho de que es algo sorprendente, como fragmento, y está bastante conseguido. Sobre todo, si tenemos en cuenta que lo hizo sin tiempo de espera.
Por otra parte, también hay que decir que se trata de una escena tópica; al estar infestada de modismos e imágenes bastante manidas, propias del género negro. En el que siempre es poco aconsejable cargar todo de: sombras, lluvia, pecados, u otras mamonadas del tipo: «el ennegrecido esbozo de la gabardina que viste el aciago destino». Sin contar con veo alguna que otra disonancia, como: «mirada fría y manos temblorosas» (aunque es algo que se podría solucionar en el contexto de una historia más larga).
En la segunda fase de este experimento, se me ha ocurrido pedirle lo mismo pero que parezca escrito por Ray Bradbury (autor de «Fahrenheit 451» -libro que recomiendo-) y esto es el resultado:
Pagaba al asesino por el trabajo realizado, con monedas que brillaban bajo la luz de un neón parpadeante. «Es solo papel», dijo el asesino, su voz tan vacía como el cielo nocturno sin estrellas. «Pero las estrellas…», comencé, y él se rió, un sonido que parecía venir de otro mundo. «Las estrellas no tienen precio», me interrumpió. Y entonces, como si fuera un personaje de una de esas historias de Bradbury, se disolvió en la bruma, dejando atrás solo el eco de sus palabras y una sensación de asombro ante el universo infinito.
De nuevo, recurre a unos cuantos modismos que la delatan como imitador, más que como escritora: ¿»Que brillaban bajo la luz de un neón parpadeante»? Mejor: «que brillaban bajo el parpadeo de un neón». Omito «luz» y «bajo», porque se sobreentiende que si brillaban es por el reflejo de la luz, etc. En cualquier caso, vuelve a ser otro maldito cliché; del que un escritor con oficio huye como si le tiznase las yemas. Además, en la escritura como en cualquier otra manifestación artística:
Sólo podremos abandonar la simpleza de lo obvio mediante el trabajo meticuloso, en favor de alcanzar la sencillez (o algo que se parezca).
Vamos: que menos siempre es más. Dicho error, lo encuentro sobre todo en principiantes; de cuyos textos supura el amaneramiento de estilo que nos hacen padecer ciertos autores. Me refiero a los que tienen esa manía de recargarlo todo, convencidos de que así lo embellecen. Y esto les pasa porque aún no han aprendido escribir con una voz propia, honesta y digna. Vendría a ser lo mismo que aquel habla repitiendo soflamas y consignas, ideadas por otros, para acabar demostrándote que lleva mucho tiempo sin pensar; y, por tanto, ignora la forma de alcanzar una conclusión propia, de cierta relevancia.
Esto es lo que provoca que algunos se azoren en cuanto les hago preguntas sobre lo que me acaban de presentar. Por ejemplo: ¿si acaso han visto algún puño abierto? Porque el puño es una postura de la mano, cuando la cerramos con fuerza (o no). Por lo tanto, escribir: «levantó el puño abierto para cerrarlo hinchándolo de furia y crispación» resulta tan redundante como impreciso, porque cuando un puño se abre deja de serlo. Además de resultar repelente por cursi.
Lo mismo les ocurre a estas imágenes, generadas por la misma IA, que tienen más dedos de los que deben, las sombras son incorrectas, los volúmenes también y la composición raya el absurdo. Pero a alguien profano le pueden parecer maravillosas.
Bien, por último, le he pedido a esta IA que haga lo mismo, pero con un autor como Erik Blaire (George Orwell):
Pagaba al asesino por el trabajo realizado. En la penumbra, las monedas brillaban con un fulgor siniestro, como si cada una llevase grabada la historia de una vida truncada. No había remordimiento en los ojos del asesino, solo la fría satisfacción del deber cumplido. Fuera, la ciudad se desangraba bajo el yugo de una dictadura invisible, donde la verdad era tan solo un eco distante. Y mientras el hombre se alejaba, desapareciendo en la niebla, sabía que cada paso era un compás en la marcha fúnebre de la libertad, una melodía que Orwell había orquestado demasiado bien.
El veredicto es que en los tres textos se pueden apreciar similitudes que demuestran que al algoritmo le pesa demasiado esa primera frase, impuesta por mí, y no es capaz de imaginar otro escenario, en el que no ocurra una consecución de imágenes similares. Las palabras clave para ello (de momento no la voy llamar ella) son: pagar, asesino, trabajo y realizado. De esta forma, primero solventa la acción del verbo centrándose en quién recibe la acción, después habla del objeto del pago y del entorno, para darle algo de atmósfera con ciertos tintes poéticos, y concluye con la descripción de un sentimiento del personaje que ha originado la acción (de pagar).
Dejo a un lado que no ha conseguido que se puedan identificar a estos dos autores. Seguramente porque la IA está castrada para que no se puedan crear obras similares a las de otros autores, vivos o muertos. Lo he probado con la ilustración y falla a menudo por este detalle. Aunque ya hay otras que te permiten hacer un retrato pintado por Picasso de, por ejemplo, un actor que el pintor nunca llegó a conocer.
Por último, también he detectado otros problemas de estilo como: cacofonías, mala puntuación, pero son temas que solucionarán en breve.